De nómadas a sedentarios
- fran4933
- 30 jul 2024
- 6 Min. de lectura
“¿Cómo se imprime el tiempo en la materia? En definitiva, esto es la vida, es el tiempo que se inscribe en la materia y esto vale no solo para la vida, sino también para la obra de arte (…) me parece que la obra de arte es una inscripción de nuestra simetría rota (una asimetría muy acentuada porque nosotros vivimos muy intensamente en el tiempo) en la materia, en la piedra.” Ilya Prigogine
“Si el tiempo no añadiera nada a lo real, el universo estaría dado todo de una sola vez.” Henri Bergson
“Una iglesia gótica es una religión petrificada” Coleridge
“A nosotros los inmortales no nos gusta que se nos tome en serio, nos gusta la broma. La seriedad, joven, es cosa del tiempo, se produce por una hiperestimación del tiempo (…) En la eternidad, sin embargo, no hay tiempo como ves: la eternidad es sólo in instante, lo suficientemente largo para una broma” Herman Hesse
El nomadismo implica de alguna forma una vida menos comprometida, menos seria; el nunca establecerse, el nunca querer estar totalmente conforme sino andar buscando o imaginando nuevos horizontes. El nunca sobreestimar el valor de la situación actual contingente para permitirse estar abierto a nuevas posibilidades y oportunidades. Verse siempre incompleto, verse siempre en proceso. El sentido de la vida más en el futuro que en el pasado. Porque el pasado es lo que ya está enteramente en el presente; equivale al espacio, la materia, que es lo que me circunscribe por completo. Escribió Prigogine: “Cuando miramos un cristal de nieve, observando su estructura podemos adivinar en qué condiciones atmosféricas se ha formado: si era una atmosfera fría o más o menos saturada, etc..”. La radiación del fondo de microondas que permea el espacio algo del origen comunica. A cualquier rincón del espacio que se mire hay ya una orientación tácita hacia el pasado, porque las cicatrices dejan marca y moldean la materia.
El futuro en cambio es el presente (con todo su pasado) pero totalmente penetrado de extremo a extremo por el dinamismo de mi consciencia, como la serpiente que se arrastra por una tierra desértica, árida y estéril. Es algo que mueve, que hace del espacio homogéneo en cada momento sucesivo algo diferente. Introduce entonces el tiempo en el espacio. La capacidad de identificar momentos en un espacio homogéneo que no cambia significativamente más que por la acción de la luz, marcando mañana, tarde y noche; y la acción del aire, que mueve la arena del desierto de lo contrario completamente estática e inmóvil. Un ambiente que solo podríamos describir como detenido en el tiempo.
Mi consciencia, el aire y la luz parecen entonces estar dotadas las 3 de una misma esencia que no sería más que la vida manifestada como tiempo que transcurre, como historia, como sucesión heterogénea. Esta trinidad es el simbolismo más importante de nuestra era cristiana: mi consciencia que es el ego o la carne; después el aire representado como un espíritu santo y por último la luz, lo más alto y móvil: el Padre.
El tiempo es entonces la dimensión nómada de la realidad, nunca realmente se asienta y prefiere moverse errante y eternamente en un movimiento browniano. Puede pseudoasentarse, como cuando hay una armonización del movimiento caótico que empieza a lucir ya como una danza. Lo vemos cuando el polvo se transforma en una figura de Chladni al vibrar todas sus partículas de un mismo modo. Pero muy pronto el espíritu nómada sabe que le tocará retomar su destino errante, hasta encontrar la siguiente forma creativa y recreativa de organización, a las demandas de otro ambiente, al son de otro ritmo. A inventar otro juego vital.
A esta esencia dinámica que es la vida le es inherente nunca solidificarse ni fosilizarse. Le es intrínseco no tomarse el presente tan en serio. No es partidaria de la vida tan sedentaria y civilizada. No se casa nunca con el espacio, solo lo atraviesa cíclicamente con nuevos personajes y nuevas costumbres. Inventa tradiciones sin obsesionarse con su perdurabilidad, solo con su utilidad pasajera. Porque cuando la vida intenta bailar eternamente al ritmo de una sola música, entonces se contractura, se aburre y le da claustrofobia. Pero cuando ya lleva muchos años así, no sabe cómo bailar diferente, provocando una epidemia social llamada ansiedad. Se quiere vivir, se quiere hacer, se quiere disfrutar, pero no se sabe cómo soltarse de las ataduras del trabajo, la familia, la tierra y las tradiciones. La solución moderna se ha vuelto viajar y verse así, aunque sea un momento, en un paisaje nuevo con una indumentaria y una parafernalia diferentes.
La ansiedad entonces es el hijo rebelde e inevitable de esta fusión total del tiempo con el espacio. Es el fruto amargo del matrimonio sedentario, de la vida completamente establecida, del tiempo encarcelado. Tiene claustrofobia y no tiene puertas por donde salir, no ve Dioses que lo guíen ni estrellas que lo orienten. Un paroxismo nervioso derivado de la hiperestimación de una cultura que ya se antoja arcaica. ¿No es Jesús ese rebelde que llegó a romper los esquemas de la tradición judía y romana? No es casualidad que su llegada marque el surgimiento de un nuevo testamento, de un nuevo orden cuyo único precepto es tomar al otro en consideración en cualquier forma de organización que se plantee.
El nómada es politeísta y cree en muchos Dioses porque ya ha cambiado de ritmo y de rumbo muchas veces y se sabe capaz de poder llegar a otras tierras atravesando climas extremos sin tener claro nunca de antemano cómo lo hará. Pero parece confiar que las constelaciones lo guiarán. Que no estará solo. Es por definición un religioso puro y genuino; no de teoría, sino de práctica. No ha leído, ha caminado. Experimenta más miedo que ansiedad. Experimenta lo numinoso, el horror ante lo desconocido, heterogéneo, impredecible y caótico. Pero como es un religioso tiene una facultad hipertrofiada que el sedentario carece. Tiene fe. Sabe que puede atravesar el caos y darle sentido; adaptarse a él, entender su juego y superarlo. Ya ha aprendido antes a bailar con diferentes zapatos el ritmo de una música distinta. Ya en el pasado ha logrado construir un idioma a partir de lo que al principio parecía una masa amorfa de ruido. Es ya de alguna forma un sabio o un creador.
El sedentario civilizado es monoteísta y su Dios lo tiende a abandonar cuando le da miedo, evolucionando el mismo a ansiedad en lugar de impulso y motivación. En inseguridad para caminar en lugar de confianza ciega en el camino. Como es torpe para moverse se estanca y comienza a deificar y adorar lo único que tiene: el espacio homogéneo a su alrededor. Empieza aquí la metamorfosis progresiva de lo dionisiaco a lo apolíneo. Intenta retener la reminiscencia del trance extático original refinando al máximo el espacio que lo rodea hasta convertirlo en una sublime catedral. Y aquí ve materializado con mucho brillo la perfección y armonía de su geometría y sus matemáticas, esas ofrendas con que venera el espacio. Encuentran el placer en el ratio, la aritmética y la lógica. Van virando así del éxtasis a la estética, de la sexualidad a la pulcritud, de la danza chamánica a la música de cámara, del sueño a la vigilia, del símbolo a lo literal, del mito a la ciencia, de la fiesta a la formalidad, de la broma a la seriedad. Y surgen entre ellos incluso profetas que vociferan que son las matemáticas el medio para la gnosis y la trascendencia e intentan imponerla al resto del mundo a cualquier costo. Su ser refinado en apariencia le infla el ego pues la perspectivización del espacio incrementa su sentido del yo corporal convirtiéndolo así en un vanidoso.
Mientras tanto el nómada no entiende cómo pueden tomarse la vida tan en serio y hacer guerras incluso con tal de mantener siempre un mismo orden. Él sabe que la vida es más una broma momentánea para darle color a una existencia de otro modo muy gris. Sabe que si se obsesiona con sus absurdas costumbres por considerarlas muy sublimes o superiores, las transforma en una Deidad a la que obedece cada uno de su días, con el riesgo ya planteado de que ese Dios lo abandone en un momento crítico y no sepa donde ir. Por esto decide mantenerse en el placer de la broma, el juego y el baile. Su politeísmo los hace ver que en el Olimpo los Dioses solo ríen, beben y bailan. Su energía por esto la invierten en el movimiento y no la despilfarran por completo en la atención testaruda del espacio. No está hipervigil sino soñando. Está a la expectativa de lo que viene, y su yo está por ende más identificado con el tiempo que con el espacio, con el espíritu dinámico que con la materia inerte. Se conecta así con esta red vital y percibe más una comunidad que un yo individual. Está interesado en el disfrute del otro. Su vanidad se va transformando progresivamente en piedad.
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